No se conoce con certeza el nombre del inventor de la expresión,
pero se han rastreado las primeras apariciones escritas de la misma.
Aparece en Francia en 1815, en los Annales
des Arts et Manufactures (t. 56, abril-junio de 1815); en el Moniteur
Universel (17 de agosto de 1827) y en el Moniteur
Industriel (22 de junio de 1829); Adolph Blanqui en su Ensayo
sobre el Progreso de la Civilización Industrial de 1828 y en su Historia
de la Economía Política en Europa (París. 1837); Natalis
Briavoine en su obra De la industria en Bélgica (1839); E. Buret
en su obra premiada por la Academia de Ciencias Morales y Políticas De
la miseria de las clases laborales en Inglaterra y en Francia (París
1840).
En Inglaterra, donde nació la Revolución Industrial,
el término tuvo éxito. John Stuart Mill en 1848 la utiliza en sus Principios
de Economía Política, pero quien va a popularizarla es Arnold Toynbee
(1884) en sus Conferencias sobre la Revolución industrial en
Inglaterra. También utilizaron el término en ese mismo año Thorald
Rogers en su Historia del Trabajo Inglés y en 1901,
aparece la obra del norteamericano Charles A. Beard La Revolución
industrial.
Para 1906 el francés Paul Mantoux escribe su Revolución
industrial del siglo XVIII, la cual se convertirá en una obra clásica
que sigue siendo utilizada en algunas universidades y la expresión
"Revolución Industrial", se populariza definitivamente con una
aceptación casi universal; sin embargo existe un vacío en la publicación de
libros con ese título hasta la posguerra de 1945, en 1948 apareció el breve
trabajo de T. 5. Ashton La Revolución Industrial 1760-1830 cuyo
éxito llega hasta nuestros días.
Objeciones y debates sobre esa expresión.
Alfred Marshall lidera al grupo de objetantes y en
su más importante obra Principios de Economía Política de
1890, bajo el lema escogido por él Natura non facit saltum definió
como el elemento caracterizador de todo el proceso económico al "principio
de la continuidad o de las modificaciones graduales”, según el cual, el
desarrollo de una determinada economía sólo era inteligible bajo el signo de la
gradualidad, y, por lo tanto, producto de una larga evolución.
El más inmediato seguidor fue John H. Clapham,
quien en su obra An Economic History of Modern Britain (Cambridge,
1926) no llega a utilizar ni una sola vez la expresión "revolución Industrial";
lo repite Lewis Mumford en su Técnica y Civilización (Madrid,
1971) quien también se niega a utilizar la tantas veces mencionada expresión.
Otros historiadores económicos atenúan esta posición
tan poco flexible; entre los más conocidos están T. S. Ashton, A. Bírnie, S.
Clough, Jurgen Kúczynski, etc.
T. S. Ashton se expresa así:
La exactitud del título Revolución Industrial… es ampliamente
discutible. Los cambios no fueron propiamente “industriales”, sino también
sociales e intelectuales. Por otra parte, el término “revolución” implica
un cambio repentino que no es, en realidad, característico de los procesos
económicos. El sistema de relación entre los hombres que ha sido llamado
capitalismo se originó mucho antes de 1760 y alcanzó su pleno desarrollo mucho
después de 1830; existe por consiguiente el peligro de ignorar el factor
inicial de continuidad. Pero en vista de que el término “Revolución
Industrial” ha sido empleado por muchos historiadores y plenamente adoptado
dentro del lenguaje común, sería pedantesco tratar de sustituirlo. [1]
Los autores que comparten la posición de T. S.
Ashton aceptan la expresión revolución Industrial debido a que
ya forma parte del lenguaje común pero siguen considerando que es preferible
hablar de evolución acelerada en lugar de revolución y
que el calificativo de Industrial minimiza los cambios a una
sola fase de las actividades económicas y omite los cambios paraeconómicos.
Algunos autores marxistas rechazan, en forma airada,
esas objeciones y así la expresa F. Y. Polianski:
Los historiadores burgueses pretenden demostrar que la revolución
(industrial) no fue súbita y violenta sino tan solo "una fase de larga
evolución"... Poseídos de un miedo
cerval ante la revolución proletaria, niegan la posibilidad de revoluciones
hasta en la historia de La industria fabril, aunque fue precisamente ella
la que aceleró la victoria del capitalismo. [2]
Esta aseveración no se corresponde con la realidad,
el término evolución industrial es de origen
"burgués", como lo fueron quienes lo popularizaron (Toynbee y
Mantoux), también lo son quienes a pesar de objetarlo lo siguen utilizando;
Bírnie, Clough, Deane, etc. (con las notorias excepciones de J. Clapham y L.
Mumford). Por otra parte, como dice Polianski en la parte final de la cita
transcripta, la Revolución industrial fue una revolución burguesa, para el
reforzamiento del capitalismo, como también fueron burguesas las revoluciones
de 1649 y 1668 en Inglaterra, la norteamericana de 1776 y la francesa de 1789
para el reforzamiento de la libertad y de la democracia; así los escritores
burgueses deben sentirse orgullosos de esas victorias "clasistas",
más bien que mostrar hacia ellas ese "miedo cerval" que gratuitamente
les endilga el arriba citado profesor F. Y. Polianski.
Resumiendo, aún cuando la expresión "revolución
industrial" carezca de una estricta precisión científica, ya esta
consolidada por el uso universal de la misma, cambiarla no solo sería
pedantesco, como dice Ashton, sino también inoportuno; desde un punto de vista
didáctico nos reporta más beneficios que inconvenientes, por lo cual no
vacilamos en usarla a lo largo de este trabajo.
Se podría añadir que el término
"revolución" no puede tener idéntica dimensión cuando se aplica a
fenómenos políticos que cuando se aplica a los económicos: la revolución
política (la norteamericana de 1776 o la francesa de 1789) significa una
ruptura radical con el pasado en un tiempo relativamente breve, acompañada de
violencia o fuertes presiones; en cambio, la Revolución industrial, sí bien
implica cambios profundos, estos se realizan en un largo proceso, surgiendo
espontáneamente de la práctica económica de satisfacer necesidades en creciente
aumento.
También añadiremos que el término
"industrial" es escaso y limitativo puesto que si bien los cambios
experimentados en la industria (maquinismo-régimen laboral) fueron
impresionantes, funcionaron en correlación con los no menos importantes cambios
agrarios y comerciales y tuvieron que tener una inmensa relación de causa y
efecto recíprocos con las transformaciones políticas, sociales, ideológicas de
los siglos XVIII, XIX y XX.
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