viernes, 2 de diciembre de 2016

votos o devotos

Uno de los fenómenos que se está evidenciando en las últimas elecciones es la llamada anti política, un término que se ha hecho etiqueta y se ha  se viralizado en  las redes, como si se tratase de una obligación ética, no voy a discutir el término, lo importante es entender que lo que se aprecia es una nueva forma de hacer política que responde a las crisis y las situaciones actuales.
En este contexto, hoy quisiera hablar de uno de los elementos fundamentales de la política, sobre todo de los regímenes que se hacen llamar democráticos: el voto.
Las primeras democracias ya contaban con este elemento. En Grecia, cuna de la democracia donde, a pesar de ser una particular democracia, desde nuestro punto de vista: solo votaban los ciudadanos, hombres mayores de edad que podían probar que descendían de los fundadores de la ciudad y la votación se hacía por sorteo, la esencia entonces de la democracia era la participación, no el voto.
Este sistema tuvo férreos opositores en intelectuales como  Sócrates y Platón, quien en su República sostiene que   la masa popular (hoi polloi) es igual a un animal esclavo de sus pasiones y de sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en sus amores y odios; por lo tanto,  confiarle el poder de decidir es aceptar el dictamen  de quien no posee la capacidad para poder elegir bien. Y así se plantea uno de los grandes dilemas entre el saber y el poder.
Según Aristóteles, si bien es la mejor de las formas de gobierno, puede caer en la  demagogia, que sería degradación o corrupción de la democracia  y constituye una estrategia utilizada para alcanzar el poder político. Sus principales armas son  la retórica y la propaganda.
El imperio romano, el feudalismo y más tarde el sistema absolutista eliminaron cualquier tipo de participación en lo referente a la política, la voluntad del rey era la voluntad de Dios y así se llegó a la fórmula de Luis XIV “el Estado soy yo”.
Años más tarde, el movimiento de la ilustración dio sus frutos, la nueva clase social: la burguesía, que había adquirido un importante poder económico, necesitaba respaldarlo con un poder político, por lo que se iniciaron las llamadas revoluciones burguesas que sancionaron el sufragio, aunque todavía censitario y masculino, recordemos su carácter burgués, y se estableció, en el  artículo 3 de los derechos del hombre y del ciudadano: “El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer una autoridad que no emane expresamente de ella”
La extensión del sufragio fue llevándose a cabo gradualmente después de muchas luchas y, para el siglo XX, se generalizó el sufragio universal, que es la esencia de la democracia moderna.
Y de allí surgió un nuevo lema: “la voz del pueblo es la voz de Dios”, o “el pueblo nunca se equivoca”; craso error porque la historia ha demostrado que en tiempos de crisis el pueblo se inclina hacia quien, cuan flautista de Hamelin, pueda u ofrezca solucionar sus problemas.
Esto entraña uno de los grandes peligros de la democracia, permitir que por sus leyes y por medios de los votos lleguen al poder individuos que buscan no solo desestabilizarla, también destruirla en aras de  un poder personalista.
La historia nos da muchos ejemplos, para tomar algunos de los más conocidos podemos recordar que el régimen fascista de Mussolinni se nutrió de votos y de múltiples elecciones, que el partido de Hitler, utilizó los votos para llegar y conformar una de las épocas más vergonzosas de los gobiernos en Alemania,  a Robert Mugabe de Zimbabue, quien pasó de ser un  héroe de la independencia para convertirse en un déspota asesino, a Bachar El Assad, de Siria, a Teodoro Obiang Nguema, de Guinea Ecuatorial  y  a Yahyah Jammeh, de Gambia por citar algunos casos.
Pero además la democracia más de una ha elegido, y en algunos casos, reelegido a  presidentes y gobiernos nefastos como el Abdalá Bucaram en Ecuador, Benazir Bhutto y Nawaz Sharif en Pakistán, Arnoldo Alemán y Daniel Ortega en Nicaragua, Mahmud Ahmadineyad en Irán, Kwame Nkruma en Ghana, Gnassingué Eyadema en Togo y, en el caso de Venezuela, Hugo Chávez, quien llegó al poder con una abrumadora mayoría de votos para socavar la democracia y adherirse, aun contra su propia constitución, a un sistema socialista, que al día de hoy ha demostrado, en manos de su sucesor Nicolás Maduro, ser nefasto para la mayoría de la población.
Pero si bien hasta ahora he colocado ejemplos de países del llamado Tercer Mundo,  también en otras latitudes el voto ha llevado al poder a presidentes cuestionables, por decir poco, en Estados Unidos es el caso de  Richard Nixon  y George W. Bush y hoy nos encontramos ante Donald Trump, de quien se esperan y se temen muchas acciones de gobierno, ya la historia nos dará su veredicto.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que el voto ha pasado de ser  un acto de soberanía del ejercicio del poder popular a un acto de incoherencia colectiva en un intento de defender o buscar el alivio a las situaciones de miedo o incertidumbre.

Es decir pasamos de ejercer el voto consciente a ser devotos de cualquier individuo que nos ofrezca una fácil solución, en el fondo hemos caído en el Ur Fascismo que tanto nos advirtió Eco en sus Ensayos Morales. 

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