Uno de los fenómenos que se está evidenciando en las últimas
elecciones es la llamada anti política, un término que se ha hecho etiqueta y
se ha se viralizado en las redes, como si se tratase de una
obligación ética, no voy a discutir el término, lo importante es entender que
lo que se aprecia es una nueva forma de hacer política que responde a las
crisis y las situaciones actuales.
En este contexto, hoy quisiera hablar de uno de los
elementos fundamentales de la política, sobre todo de los regímenes que se
hacen llamar democráticos: el voto.
Las primeras democracias ya contaban con este
elemento. En Grecia, cuna de la democracia donde, a pesar de ser una particular democracia,
desde nuestro punto de vista: solo votaban los ciudadanos, hombres mayores de
edad que podían probar que descendían de los fundadores de la ciudad y la
votación se hacía por sorteo, la esencia entonces de la democracia era la
participación, no el voto.
Este sistema tuvo férreos opositores en intelectuales
como Sócrates y Platón, quien en su República
sostiene que la masa popular (hoi
polloi) es igual a un animal esclavo de sus pasiones y de sus intereses
pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en sus amores y odios;
por lo tanto, confiarle el poder de
decidir es aceptar el dictamen de quien no posee la capacidad para poder elegir
bien. Y así se plantea uno de los grandes dilemas entre el saber y el poder.
Según Aristóteles, si bien es la mejor de las formas
de gobierno, puede caer en la demagogia,
que sería degradación o corrupción de la democracia y constituye una estrategia utilizada para
alcanzar el poder político. Sus principales armas son la retórica y la propaganda.
El imperio romano, el feudalismo y más tarde el
sistema absolutista eliminaron cualquier
tipo de participación en lo referente a la política, la voluntad del rey era la
voluntad de Dios y así se llegó a la fórmula de Luis XIV “el Estado soy yo”.
Años más tarde, el movimiento de la ilustración dio
sus frutos, la nueva clase social: la burguesía, que había adquirido un importante
poder económico, necesitaba respaldarlo con un poder político, por lo que se
iniciaron las llamadas revoluciones burguesas que sancionaron el sufragio, aunque
todavía censitario y masculino, recordemos su carácter burgués, y se estableció,
en el artículo 3 de los derechos del
hombre y del ciudadano: “El principio de toda soberanía reside
esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer una
autoridad que no emane expresamente de ella”
La extensión del sufragio fue llevándose a cabo
gradualmente después de muchas luchas y, para el siglo XX, se generalizó el
sufragio universal, que es la esencia de la democracia moderna.
Y de allí surgió un nuevo lema: “la voz del pueblo es
la voz de Dios”, o “el pueblo nunca se equivoca”; craso error porque la historia
ha demostrado que en tiempos de crisis el pueblo se inclina hacia quien, cuan
flautista de Hamelin, pueda u ofrezca solucionar sus problemas.
Esto entraña uno de los grandes peligros de la
democracia, permitir que por sus leyes y por medios de los votos lleguen al
poder individuos que buscan no solo desestabilizarla, también destruirla en aras
de un poder personalista.
La historia nos da muchos ejemplos, para tomar algunos
de los más conocidos podemos recordar que el régimen fascista de Mussolinni se
nutrió de votos y de múltiples elecciones, que el partido de Hitler, utilizó
los votos para llegar y conformar una de las épocas más vergonzosas de los
gobiernos en Alemania, a Robert Mugabe de Zimbabue, quien pasó de ser un héroe de la independencia para convertirse en un
déspota asesino, a Bachar El Assad, de Siria, a Teodoro Obiang Nguema, de
Guinea Ecuatorial y a Yahyah Jammeh,
de Gambia por citar algunos casos.
Pero además la democracia más de una ha elegido, y en
algunos casos, reelegido a presidentes y gobiernos nefastos como el Abdalá
Bucaram en Ecuador, Benazir Bhutto y Nawaz Sharif en Pakistán, Arnoldo Alemán y
Daniel Ortega en Nicaragua, Mahmud Ahmadineyad en Irán, Kwame Nkruma en Ghana,
Gnassingué Eyadema en Togo y, en el caso de Venezuela, Hugo Chávez, quien llegó
al poder con una abrumadora mayoría de votos para socavar la democracia y adherirse,
aun contra su propia constitución, a un sistema socialista, que al día de hoy
ha demostrado, en manos de su sucesor Nicolás Maduro, ser nefasto para la mayoría
de la población.
Pero si bien hasta ahora he colocado ejemplos de
países del llamado Tercer Mundo, también
en otras latitudes el voto ha llevado al poder a presidentes cuestionables, por
decir poco, en Estados Unidos es el caso de Richard Nixon y George W. Bush y hoy nos encontramos ante Donald Trump, de
quien se esperan y se temen muchas acciones de gobierno, ya la historia nos
dará su veredicto.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que el
voto ha pasado de ser un acto de
soberanía del ejercicio del poder popular a un acto de incoherencia colectiva
en un intento de defender o buscar el alivio a las situaciones de miedo o incertidumbre.
Es decir pasamos de ejercer el voto consciente a ser devotos
de cualquier individuo que nos ofrezca una fácil solución, en el fondo hemos caído
en el Ur Fascismo que tanto nos advirtió Eco en sus Ensayos Morales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta esta entrada...